El movimiento es música callada. TEMPO Y RITMO.


El movimiento es música callada 
-El Ritmo y el tempo-.

Joaquín Benito Vallejo
“Cuerpo en armonía –leyes naturales del movimiento-. Inde Publicaciones Barcelona 2000



            Edgar Willens[1] cuenta haber recogido unas cuatrocientas anotaciones, pertenecientes a 200 autores, sobre la noción de ritmo. En primer lugar hemos de destacar que la mayoría de esas definiciones se agrupan en torno a la noción de movimiento. Mientras que en un segundo término consta la referencia al sentido de orden, organización o proporción. Por último, en un tercer lugar se considera la periodicidad o repetición. Algunas de estas definiciones reseñadas por Willens son: “el ritmo es la ley del movimiento natural”;  “... la ordenación del movimiento”;  “...una periodicidad percibida”. Queremos subrayar que la misma palabra “ritmo” hace referencia al movimiento en su significado griego: correr o fluir.


            Efectivamente, el ritmo expresa el modo como transcurre la acción en el tiempo, -o lo que es lo mismo, el movimiento-. Podríamos añadir además, que es la forma como se ordena, organiza o estructura la acción o el movimiento en el tiempo, teniendo en cuenta su intensidad, su duración, su continuidad.


            En la actividad corporal, tanto en los movimientos más simples, como en el pasaje de energía hacia diferentes partes del cuerpo, o en una secuencia de movimientos, así como en la respiración o la circulación sanguínea, por señalar las funciones más perceptibles en este sentido, todos los aspectos implícitos en el ritmo vienen definidos por el juego tónico entre la tensión y la distensión.


            El tono es el manantial de la fuerza impulsora de la acción, luego determina tanto su intensidad y su modulación como su duración. El juego entre la tensión producida por el impulso motor y su distensión o reflujo, marcan la unidad más simple del movimiento, donde quedan señalados claramente el principio, el recorrido y el final. Tensión y distensión determinan el ciclo, periodo, secuencia, estructura, compás o unidad rítmica.


            No podemos sentir el ritmo en un hecho aislado, en un movimiento único con una sola fase de tensión y su correspondiente distensión. Solamente podemos captarlo y sentirlo, en ciclos repetidos de movimientos, por que es un juego de repeticiones y contrastes.


            El ritmo es anterior al movimiento y la vida humana. Se encuentra en todos los fenómenos de la naturaleza y del universo como el movimiento de los astros, las estaciones, los días y las noches, los ciclos lunares, las mareas, las manifestaciones de los organismos vivos, el crecimiento de las plantas, los ciclos sexuales, la actividad de las células, la respiración, la circulación de la sangre, el hambre, el sueño, etc., etc. En todas estas manifestaciones podemos observar ciclos o periodos que se repiten a intervalos; ciclos que tienen una duración determinada; ciclos que se caracterizan por un cierto dinamismo, intensidad y contraste: el calor y el frío, la lluvia y la sequía, la luz y la oscuridad... con sus múltiples variaciones y matices en el paso de uno a otro; ciclos que nos producen determinadas vivencias y estados anímicos.


            La intensidad viene definida por el grado de fuerza general que conduce y mantiene el recorrido del movimiento. Puede ser fuerte, suave o media; puede tener diferentes fluctuaciones o matices; puede crecer o decrecer.


            El efecto de fuerza que marca el impulso dentro de una estructura rítmica, se denomina acento. Mediante él, se distingue la unidad de la secuencia repetida, él es el alma del ritmo. Puesto que el tono no significa sólo la cantidad de fuerza utilizada, sino que tiene una carga emocional y expresiva, la intensidad es un reflejo cualitativo de la vida, que expresa la fuerza de las emociones y de las pasiones. El acento es el latido, el grito o el lamento de esa vida. Al igual que el latido del corazón y la inspiración respiratoria, el impulso tónico es el pulso de la vida.


Pero para que se dé el fluir constante del pulso, ha de haber también una diástole, una expiración, una distensión. La vivencia del contraste entre la tensión y la distensión nos lleva a encontrar múltiples significaciones: el movimiento y la calma, la actividad y la pasividad, la fuerza y el abandono, el flujo y el reflujo, el lanzamiento y la caída, la expansión y el repliegue, la acentuación y la pausa... Los impulsos pueden acelerarse y desacelerarse, sufrir un impulso repentino al que le sucede una pausa expectante, sucederse unos rápidos y otros lentos, sentirse ondulaciones suaves o abruptos picos y caídas. La vivencia del movimiento nos suscita la sensación y la emoción, la alegría y la tristeza.


            En relación con la duración aparece el concepto de tempo. Este designa la lentitud o rapidez con la que se desarrolla el movimiento -o la acción general-, dentro de la unidad rítmica, pudiendo ir desde lo más corto y rápido  a lo más largo y lento, acelerarse o desacelerarse. El tempo expresa y produce también una vivencia interna ligada con las emociones. Es la manifestación de un estado de ánimo  marcado por el pulso interno.


            En música se ha confeccionado una nomenclatura que trata de ser una referencia de los distintos matices temporales, sin olvidar que no se puede ajustar a una medición exacta ya que es un concepto subjetivo que depende de la vivencia e interpretación de cada uno. Así, por ejemplo, el famoso Adagio de Albinoni dirigido por Karajan es notablemente más lento que el mismo adagio conducido por Boulez. Algunos autores han relacionado los tempos musicales con el movimiento desarrollado al andar, mientras que otros le han asignado un número de pulsaciones. Según esto, el adagio sería un andar lento que mantiene unas 50 pulsaciones por minuto; el andante un andar tranquilo de 75 pulsaciones; el alegro un andar deprisa en torno a las 125 pulsaciones.


            Sin embargo, ya se trate de los fenómenos de la naturaleza o de la vida humana, los ciclos rítmicos no se repiten siempre igual, están marcados por variaciones de intensidad o de tempo. Observemos el oleaje en una playa: siempre está el ritmo permanente de las olas con su flujo y su reflujo, -tensión y distensión-, pero nunca es exactamente igual; a veces hay una gran calma, casi no parece moverse; otras es tumultuoso; en momentos crece y en otros decrece; repentinamente en la calma una ola puede irrumpir... Esto nos hace recordar que el ritmo no es mecánico aunque trabajemos con un compás externo que se remite a una métrica precisa. Si sólo nos preocupamos de repetir a la perfección esa métrica probablemente nos convirtamos en  máquinas perfectas pero sin vida. La métrica es la referencia de la medida, pero no nos da la subjetividad de la vivencia, ni la intencionalidad, ni la intensidad, ni la emoción.


            El ritmo del movimiento se relaciona también con otras actividades orgánicas, como la respiración y la circulación de la sangre. En ambas funciones se dan las fases de tensión y distensión manteniendo una relación temporal regular. Sin embargo tampoco el ritmo se repite siempre igual en estos casos. Están sujetos a fluctuaciones diversas. Las modificaciones pueden darse por influencia de otras funciones orgánicas o por influencias externas: las emociones, las preocupaciones, las situaciones, el ruido, la misma posición del cuerpo. El tempo y el ritmo del movimiento pueden modificarse por la respiración o la circulación sanguínea y viceversa: cuanto más intenso es el movimiento, más oxígeno se necesita y más rápida ha de ser bombeada la sangre.


            Por otra parte el ritmo supone la organización y la distribución de la energía en el transcurso de la actividad. Esto evita la fatiga y permite que la actividad se mantenga más tiempo sin interrupción.


            En los oficios artesanales y agrícolas ya desaparecidos, el ritmo era la clave para poder mantener la actividad durante toda la jornada. Además su contemplación resultaba hermosa y agradable como una danza natural. El movimiento orgánico se siente como una sinfonía y se contempla como una danza.



[1] WILLEMS, E. El Ritmo musical. Eudeba. Buenos Aires 1963 / WILLEMS, E. Las bases psicológicas de la educación musical. Eudeba. Buenos Aires 1978

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