2.- La importancia del movimiento en el
desarrollo del ser humano [ontogénesis]:
la función que convierte en real lo potencial.
Joaquín Benito Vallejo –“cuerpo en armonía”
La fecundación humana, -el origen de una nueva vida-, adquiere el
significado metafórico de la explosión cósmica primitiva que dio origen al
universo. A partir de ese momento se suceden a velocidad vertiginosa pero
desacelerándose progresivamente, una serie de transformaciones que sintetizan
el proceso evolutivo desde el primer ser unicelular hasta el hombre.
Acontecimientos que necesitaron miles de millones de años para generarse y
desarrollarse, transcurren ahora en unos pocos años, el tiempo que va desde la
fecundación a la maduración humana. La línea evolutiva seguida desde la célula
al hombre se ha ido gravando genéticamente y es reproducida a la
perfección con toda su maravillosa
complejidad, a excepción de que ocurra algún fallo accidental.
Sin embargo, a la vez que la vida
nos confiere una parte perfectamente definida, nos proporciona otra inconclusa,
responsabilizándonos a nosotros mismos de acabarla. La inscripción genética
diseña con exactitud los órganos vitales y los prepara para desarrollar sus
funciones básicas, procesos que tienen lugar dentro del cuerpo de la madre. El
nacimiento se produce cuando el organismo puede funcionar autónomamente, aunque
aún le falte mucho para su total maduración, que se irá produciendo en el
tiempo establecido. Pero la parte más importante está indefinida: el
movimiento, el comportamiento, la personalidad. Tiene que llevarla a cabo uno
mismo, aunque con la ayuda y el estímulo de la sociedad encarnada en los
padres. La herencia genética en este aspecto sólo proporciona un esbozo, un
proyecto, el órgano y la materia para que sea posible, pero sólo los actos del
niño convertirán ese proyecto en realidad. Y será una realidad única y personal
no sólo porque la herencia genética es diferente en cada uno, sino sobre todo
porque el modo de hacer de cada niño, la manera de enfrentarse a los problemas
de su desarrollo y las circunstancias que le rodean son únicas. Si nacieran dos
seres exactamente iguales genéticamente, mediante clonación por ejemplo, serían
distintos en la vida real porque sus experiencias sensoriales y motrices
siempre serían individuales y personales.
El hombre nace inacabado,
indeterminado. Es esta indeterminación la que le posibilita su libertad, su
individualidad y su personalidad. El niño ha de construirse a sí mismo, aunque
necesite para ello a las demás personas, a la sociedad y a la cultura que ellos
han construido. El movimiento es el medio esencial de llevar a cabo este
proceso madurativo y creativo en los primeros años de la vida, condicionador de
todo el ser futuro. Por ello se dice que el niño hace al hombre.
Si al niño desde que nace le
imposibilitáramos moverse por completo y desarrollar sus propias experiencias
sensoriales, ni su cuerpo, ni su cerebro, ni su psiquis, ni su personalidad
llegarían a formarse. Su cuerpo no sería más que una masa informe que incluso
desarrollaría muy deficientemente sus funciones orgánicas primarias y llegaría
a morir temprano. Sus
órganos sensoriales se
atrofiarían, su cerebro estaría desierto y sus funciones mentales no
florecerían jamas.
La estructura corporal humana de la
cual el cerebro forma parte, está preparada genéticamente al nacer para poder
desplazarse en la posición erguida, utilizar las manos como herramientas,
hablar, ser inteligente, inventar proyectos y realizarlos entre otras muchas
capacidades, pero esto es únicamente una posibilidad potencial que el
movimiento en su quehacer, englobando a la totalidad de los comportamientos, ha
de convertir en realidad. El niño tiene la posibilidad de serlo todo pero ha de
aprender a serlo y sólo se aprende haciéndolo. Acción es movimiento.
Para llegar a convertirse en un ser
humano íntegro, el niño ha de investigar y desarrollar desde que nace, todas
las posibilidades sensoriales y motrices. Si en la filogénesis, el movimiento
fue el desencadenante de los demás comportamientos y el generador esencial de
la estructura corporal humana, incluido el cerebro y la psiquis; en la
ontogénesis, -el desarrollo del ser humano-, el movimiento será el que
transforme al cuerpo en hombre, lo potencial en real, en su triple perspectiva
biológica, psicológica y social.
La ontogénesis sigue siendo la
recapitulación de la filogénesis realizada en el plano personal. Cada niño ha
de recorrer sintética y aceleradamente las etapas filogenéticas que
convirtieron al animal en hombre. En el útero el niño ya vivió en un medio
acuático. Después del nacimiento aprenderá a mover y levantar su cabeza
apoyándose en sus manos con el consiguiente fortalecimiento de la columna
cérvico-dorsal que rememora la liberación de la cabeza en los reptiles. Tras
una etapa de movimientos impulsivos y descoordinados de brazos y piernas,
aprenderá a darse la vuelta y utilizándolos como remos, se desplazará reptando.
Este proceso es imprescindible para
fortalecer su columna, brazos y piernas, e ir conformando su musculatura y su
coordinación, que le posibilitará desplazarse a cuatro patas y sentarse. La
posición sentada verticaliza su columna
y fortalece su musculatura profunda además de favorecer la utilización
de sus manos en una investigación exhaustiva del entorno próximo, agudizando la
coordinación óculo-manual. Agarrándose a los objetos conseguirá ponerse en pie
y comenzará a desplazarse. Este es un proceso de adaptación a la gravedad, de
afinamiento sensorial y motriz, de fortalecimiento y de coordinación en el cual
se va conformando y definiendo la estructura corporal óseo-muscular-articular,
adquiriendo las características propias y personales según las peculiaridades
en que se ha llevado a cabo el proceso de aprendizaje. Siendo el objetivo igual
para todos: llegar a desplazarse; y siendo también el proceso similar, sin
embargo, la forma y el resultado será distinto para cada uno y por lo tanto
será también distinta la estructura corporal resultante.
Todos tenemos el mismo número de
huesos y músculos. Todos están ordenados en una estructura similar, pero en esa
etapa primitiva se definirán las características diferentes de cada uno, apreciables de manera
más o menos sutil: la forma como andamos; cómo se apoyan los pies en el suelo,
si se apoya más un borde que otro, si miran hacia adentro o hacia afuera; la
posición de las rodillas giradas o no en alguna dirección; la amplitud de la
articulación de la cadera; la posición de la
pelvis o de la cintura escapular, el balanceo de los brazos,... todos y
cada uno de estos rasgos irán adquiriendo infinidad de variaciones sutiles,
ligadas también al carácter y la personalidad.
El desarrollo de la manipulación
sigue un proceso similar. La coordinación óculo-manual, la afinación del tono y
la precisión del gesto tendrán unos resultados distintos según sean los
estímulos para explorar las posibilidades de acción con los objetos.
El proceso de aprendizaje motor
llevado a cabo para la consecución del desplazamiento bípedo y la manipulación
de objetos no significa un mero progreso físico, sino también sensorial,
perceptivo, cerebral y mental.
El movimiento posibilita y favorece
las sensaciones propioceptivas, provenientes de músculos, articulaciones,
ligamentos, tendones, etc., relativas a las adquisiciones posturales, al
desplazamiento y a la coordinación entre los miembros, potenciando además,
sobre todo mediante los procesos manipulativos, las sensaciones exteroceptivas
provenientes del mundo exterior, a través del tacto, la visión, el oído o el
gusto.
El cerebro se alimenta y activa con
esas informaciones sensoriales, a partir de las cuales puede regular y
organizar los mecanismos del movimiento, de sus coordinaciones o de su
precisión, en una constante interrelación. Mediante los procesos motores y
manipulativos se amplía la percepción del entorno y se llega a ser consciente
de las acciones y de las relaciones lógicas entre los objetos y los
acontecimientos. El resultado más notable es la consciencia del propio
movimiento, del propio cuerpo, de sus posibilidades y sus límites, de lo que es
y de lo que no es el propio cuerpo: la realidad exterior, los objetos y las
otras personas.
Con el conocimiento del propio
cuerpo se amplía el dominio, la destreza y las capacidades corporales así
como su actuación sobre el entorno, con
lo que aumenta la comprensión de la realidad y sus posibilidades de
transformación, operando con los objetos o con los signos por los que son
representados.
Su modo de hacer, ser y entenderse a
sí mismo le proporciona un tipo de satisfacción y de valoración frente a la
realidad exterior, formada antes que por objetos, por las demás personas con
las cuales también ha de entenderse, relacionarse y comunicarse para poder
vivir y convivir. Esta comunicación también depende del modo de hacer de los
demás. Pero las personas no son objetos, ellas mismas también tienen un estilo
de vida, unos conocimientos y unas formas de hacer. Ejercen unas influencias y
condicionamientos mayores que los objetos. Para las especies animales la
adaptación al medio supone la adaptación a leyes físicas y condiciones
ambientales. El medio humano es un ambiente social formado por las demás
personas y por lo que ellas han ido creando desde los tiempos más remotos de su
historia: la cultura, los conocimientos, las creencias, la moral, las
costumbres... Es un medio infinitamente más complejo. Sin el medio humano,
social, el recién nacido no podría sobrevivir, al menos no llegaría a
convertirse en un ser humano íntegro. La
sociedad humana es resultado de la evolución y constituye el último eslabón de la cadena evolutiva sin el cual se
produciría una involución.
Una parte de lo que el niño es, le
viene concedido genéticamente y otra parte tiene que aprender a construirla él
mismo, pero gran parte de este aprendizaje se realiza por mediación de las
personas. La más importante de estas adquisiciones es el lenguaje que es la
base de toda cultura. Nadie aprende a hablar por sí mismo. Necesita oír a los
demás, imitar estos sonidos y darles un significado. Y de esta manera también
gran parte de las capacidades y conocimientos humanos. Las personas son el más
importante estímulo para que el niño haga y aprenda aunque sólo sea por
imitación. Pero es, sobre todo, su actitud colaboradora, posibilitadora,
animadora y valorizadora la que más va a ayudar al niño. No se trata de que el
adulto supla la acción investigadora del movimiento del niño, sino de que se la
potencie al máximo a la vez que le sirve de referencia y sea el transmisor de
las adquisiciones culturales.
Por otra parte, sin embargo, la
sociedad es quién más limitaciones va a poner a la desbordante exploración del
niño. Las personas en vez de posibilitar que el niño encuentre su propio modo
de hacer y ser, tienen elaborado a menudo su propio proyecto de lo que el niño
ha de ser, encaminándole hacia una meta concreta, hacia la que ellos quieren
que el niño vaya. A grosso modo, se le adiestra para realizar una determinada
tarea impidiéndole desarrollar sus múltiples capacidades, sobre las que él
mismo elabore su propio proyecto de ser.
No obstante, a pesar de los múltiples
condicionantes la consciencia le puede permitir hacer su propio proyecto:
modificar su estructura corporal, su personalidad y su comunicación con el
mundo. Ser él mismo.
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